Verdad y Propaganda
La verdadera democracia rechaza la igualdad al estilo de “Rebelión en la
granja”, donde todos somos iguales, pero hay unos que son más iguales que
otros. La proporcionalidad es un requisito fundamental para garantizar los
derechos y la representación de todos los ciudadanos, de nuevo, sin excepción.
Los gobiernos se encuentran siempre en una situación delicada. Son elegidos
por una mayoría pero legitimados por todos los ciudadanos, incluidos sus
opositores, a través del reconocimiento y el respeto a las instituciones. Un
régimen debe resistir en todo momento la tentación de gobernar solamente para
la parte que lo eligió.
Actualmente hay varios gobiernos que no entienden esto, los motivos son
tema para otra ocasión. El proyecto político que comenzó con Chávez y que ahora
conduce Maduro, es un ejemplo típico de esta desviación. Para la “revolución
bolivariana” la democracia es un instrumento de legitimación utilizado para
perseguir, intimidar, segregar y aplastar a la disidencia valiéndose de los
recursos que el sistema democrático coloca a su disposición.
La politización de la Fuerza Armada Nacional, el control de cambio, la ley
de medios de comunicación, las purgas a instituciones como el TSJ y el CNE, y
las expropiaciones realizadas al sector privado, son solo algunos ejemplos de
medidas que han sido implementadas para asegurar el control de todos los
espacios del escenario político nacional. Muchas de estas “reformas revolucionarias”
son legales porque cuentan con la aprobación de la Asamblea Nacional o
cualquiera de las instituciones que hayan sido encargadas de ejercer la
voluntad del gobierno bolivariano.
Lo lógico, y lo más sano, es que existan diversos canales que sirvan para
contrarrestar el poder del gobierno y contribuir a encauzar esas tendencias
destructoras de la proporcionalidad y del reconocimiento de las minorías. En el
caso de Venezuela es todavía más necesario porque el país está dividido
prácticamente en dos mitades iguales. Y más allá de los tecnicismos
lingüísticos, la mayoría está llamada a reconocer a la minoría no solamente
porque deba respetar los principios democráticos, sino porque el escenario
político la obliga a ello. Unos cientos de miles más o menos (que actualmente
están en discusión) no constituyen una hegemonía en un universo de millones de
personas. Es fundamental que el chavismo entienda y reconozca esto. Por ahora
no ha mostrado tener intenciones de hacerlo.
Son los ciudadanos entonces quienes están llamados a exigir que se respete
la proporcionalidad y exista un balance en el ejercicio del poder. En este sentido, los medios de comunicación,
y especialmente los periodistas, son un elemento decisivo en la configuración
de las dinámicas del poder y el establecimiento de un equilibrio que promueva
la disensión.
En este punto hay que hacer una distinción fundamental. El periodismo es,
en esencia y por definición, oposición al gobierno. No solo a este, sino a
todos los gobiernos. Es el responsable, y qué gran tarea ha asumido, de
democratizar el conocimiento. En pocas palabras, debe convertirse en el canal a
través del cual el pueblo sepa qué está haciendo su gobierno, evitando que la
información sea manipulada o que el desconocimiento sea aprovechado para
perjudicarlo.
El periodismo a favor de un gobierno no es verdadero periodismo, es
propaganda. Cuando el compromiso con la verdad es sometido por una ideología
política y la voz pública de la crítica es controlada por los lineamientos de
un partido, los medios de comunicación se convierten en facilitadores del
adoctrinamiento. La desinformación es uno de los pilares del autoritarismo y un
síntoma inequívoco de ilegitimidad.
Venezolana de Televisión, canal del estado cuya función es comunicar
información institucional y de interés para la nación, ha sido transformado
durante 14 años en un instrumento de proselitismo político y propaganda
ideológica. Utilizado como un activo adicional del partido de gobierno ha sido
despojado de toda institucionalidad. Hoy representa la máxima expresión de la
polarización mediática y es responsable de generar, junto a otros medios
oficiales y de oposición, realidades paralelas irreconciliables que han
contribuido a profundizar la división del país, hoy perfilada como un apartheid
político.
Foucault describió con gran agudeza la peligrosa relación que existe entre
el conocimiento y el poder. La idea fundamental es que dondequiera que haya
conocimiento encontraremos mecanismos de poder intentando controlarlo. Como
ciudadanos siempre nos hallamos en desventaja frente a una maquinaria estatal
especializada en capitalizar nuestra vulnerabilidad. Solo la verdad puede
protegernos, solo la verdad puede luchar contra los excesos del poder y sus
patologías.
Los gobiernos son siempre sospechosos. Sean de izquierda o de derecha,
históricamente han demostrado que tienden a ser corruptos, autoritarios e
ineficientes. Dispuestos en todo momento a ocultar sus fracasos y a manipular
la información para mantener su estabilidad. Para los más inescrupulosos la
gobernabilidad es un tema de percepción: si la gente cree en las mentiras, el
poder nunca estará amenazado.
En un país en el que la objetividad ha sido aniquilada por el discurso
político es responsabilidad de cada uno de nosotros contribuir a desmontar la
propaganda. Restaurar el valor de la palabra y liberar el debate de dogmatismos
ideológicos. Algún día la historia juzgará a quienes sin remordimiento han
utilizado la mentira como política de estado, a todos aquellos que han vendido
su conciencia por dinero y también a los que han permanecido callados. Tal vez
a ellos no les importe, pero a nosotros sí.
En una crisis como la presente, estamos llamados a movilizarnos, no es momento de
permanecer como espectadores en los márgenes, tenemos que involucrarnos. La
hegemonía comunicacional del gobierno bolivariano no es un proyecto, es un
hecho, y sin descanso sus agentes trabajan para generar matrices de opinión
viciadas por la ideología. Como en una terrible versión alterna del cuento de Borges,
millones han confundido el mapa con el país y hasta que no rasguemos el velo no
podremos empezar a reconstruir sobre las ruinas que han quedado.
Para algunos no es una cuestión de verdad, justicia o igualdad, si el país
no es lo que ellos quieren prefieren verlo arder. No
podemos permitirlo, verdad sobre todas las cosas.
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