La legalización del aborto es un tema sumamente complejo. El debate no va a resolverse viralizando videos aunque puedan resultar indignantes para millones de personas. El tema despierta pasiones intensas porque está irremediablemente ligado a nuestras convicciones políticas, religiosas y culturales. Es por esto que la mayoría de los reportajes que han aparecido en Internet sobre lo sucedido con Planned Parenthood son tan parcializados en su exposición y están sesgados por la ideología y el fanatismo.

Los videos publicados y las discusiones que han generado son una muestra representativa del comportamiento que los medios de comunicación y los opinólogos digitales suelen tener frente a este tipo de situaciones: hay distorsión y manipulación de la información, acusaciones y conclusiones infundadas, omisión y exageración de hechos. En los extremos más radicales de cada bando, el odio visceral produce poco más que insultos y amenazas. Ese poco más que casi siempre es confusión e ignorancia.

Esta entrada no es una reflexión sobre la legalización del aborto, tampoco un mensaje de apoyo a los sectores que actualmente polarizan el debate. Es una crítica a nuestra incapacidad de discutir los asuntos importantes de la vida con la honestidad y el compromiso que merecen. Lamentablemente cuando más lo necesitamos, no solemos estar a la altura de las circunstancias.

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