World of Tomorrow: las profecías de la nostalgia

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"El ahora es la envidia de todos los muertos."
 
World of Tomorrow es una obra maestra de la nostalgia distópica. En 17 minutos nos revela un futuro que ya ha sucedido como consecuencia inevitable de nuestras decisiones. El mañana aparece como un destino sellado, como un mundo desgarrado por la búsqueda de sentido y el miedo a la muerte.

El cortometraje, escrito y dirigido por Don Hertzfeldt, comienza cuando una niña llamada Emily es contactada por su clon, que vive 227 años en el futuro. Pronto la conversación entre ambas se convierte en un extraño tour por la postmodernidad.

En el mundo del mañana la tecnología se ha consumado como el medio principal de existencia. La realidad ha sido digitalizada y aumentada. La evolución humana, intervenida y dirigida. Las interacciones del mundo son administradas por una gran red externa (Outernet), en la que millones de persones viven dentro de fantasías virtuales.

En esta hiperrealidad no tienen sentido los conceptos de país o ciudadano, pues la red ha sido diseñada para convertirnos en usuarios consumidores. Es un lugar definido por la velocidad y la satisfacción inmediata. El espacio y el tiempo son variables que se encuentran bajo el dominio humano. Las distancias son recorridas con el pensamiento y la muerte ha sido practicamente abolida.

"Cuando tenìa tu edad hubo una exposición polémica en el museo de arte moderno. Un artista exhibió a un clon en un tubo de estasis. Un niño sin cerebro que el público podía ver envejecer en tiempo real."

En teoría, la Outernet es el paraíso en la tierra, promesa de una eternidad de entretenimiento y confort para una humanidad deslumbrada por su propia creación. El catálogo de sueños de la ciencia ficción, que incluye los viajes en el tiempo, la inmortalidad y la colonización espacial, ya se ha completado, pero a través del recorrido el clon de Emily comparte revelaciones desconcertantes.

Bajo la tenue superficie del progreso se encuentran la cosificación y el asilamiento característicos de las sociedades tecnocráticas. A través de las pantallas y los dispositivos las relaciones son superficiales y dispersas. Millones de seres comparten la profunda soledad y el sentimiento de no valer nada, de ser un objeto en un mundo de objetos, una pieza dentro de un engranaje monstruoso y absurdo.

Entumecidos, el individuo y las masas se enfrentan a la alienación, a la erosión del desarraigo y la no pertenencia, al extrañamiento del mundo y de la propia identidad. Los anónimos deambulan perdidos en la nostalgia de los otros, de aquello que los hace humanos.

 "A veces me siento en una silla, a altas horas de la noche, y en silencio me siento muy mal. Cuando la noche es más silenciosa puedo oír a la muerte. Me enorgullece enormemente mi tristeza. Significa que estoy más viva."

Este futuro nos obliga a preguntarnos cómo un mundo tan rico y avanzado puede ser tan desigual, por qué el desarrollo industrial y tecnológico ha aportado tanto a la riqueza material pero tan poco a la evolución cultural y espiritual de la civilización. La mano invisible del mercado sigue siendo darwinista, el capitalismo posmoderno ha fracasado en reducir las enormes diferencias entre los débiles y los poderosos.  La vida, igual que en el presente, es muy distinta dependiendo de si te ha tocado estar arriba o abajo.

Mientras condenamos a la historia a repetirse, la esperanza agoniza de cinismo. La visión nos confunde porque el ahora y el mañana se parecen tanto que ya no podemos distinguirlos. El tiempo es la diferencia, pero como dijo Roy Batty, todos esos momentos se perderán como lágrimas en la lluvia.

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