Los Hombres que se creían Lobos
Lobos by DazMedrano
En algún momento fue suficiente. La presencia de Dios, que lo colmaba y desbordaba todo, era el horizonte y el destino. Garantía de sentido. Trabajar y sobrevivir para vivir en su gracia, arropados por la seguridad de un propósito, del Gran Fin hacia lo que todo tiende. Todo el dolor y todo el sufrimiento están justificados, la amargura y las penas serán recompensadas. El más allá legitima la tragedia presente y la dignifica. Hay que merecer la entrada, saber abrir las puertas. Y esto era el mundo: Conseguir llaves. Al paraíso, a la felicidad y redención eternas.
En algún momento fue suficiente. Porque creíamos, pero ya no. Las manos se han manchado con demasiada sangre, la boca ha gritado demasiado odio. Los ojos, hundidos de tristeza, han visto las entrañas desgarradas por el mal, por la crueldad de la vileza y su eterna mueca que aniquila la inocencia. Demasiadas lágrimas, demasiados crímenes. Demasiadas rodillas quebradas implorando clemencia frente a la desolación. Demasiado tiempo, demasiada hambre y demasiada sed.
Y sólo ha habido una respuesta, sólo una a la oración perenne de los hijos: Silencio, el frío silencio. El rostro apunta al Cielo y pregunta: "¿Estás ahí?". De nuevo silencio, mortal y absoluto. Y con él nació la duda, y de ella la grieta que derrumbó el techo celeste. Ya no hay arriba y no hay abajo. Se ha marchitado la fe y se sospecha la muerte de Dios. Un rumor ha bastado, todo se ha quebrado.
Ahora bordeamos el vacío, y al volvernos nuestras huellas flotan tambaleantes sobre el abismo que insiste en decir: "Siempre estuve aquí, todo era mentira". Aparecen la naúsea y la amenaza del vértigo, que recuerdan que siempre es posible caer. Ahora debemos hacer equilibrio frente a la presencia del absurdo, repeler su fuerza de atracción que es la gravedad de la nada e inventarnos una nueva ilusión. Pero algunos no quieren, los caídos han de rebelarse. Contra la vida, contra nosotros, contra TODO. Y lo grita desgarrado Iván Karamazov, conjurando el horror de nuestra patética soledad: "Nada es verdad. Todo está permitido".
Himno infame de los rebeldes, de superhombres y antihéroes que no aceptan el Mundo en los términos en que éste se les ofrece. Huérfanos, arrojados a la existencia, encarnan la inconformidad y la angustia del planeta. Y su refugio es el exceso, la inversión de todo valor y toda verdad alguna vez concebida. Habrán de gozarlo y exprimirlo hasta el éxtasis, en los límites de la cordura. Más allá del bien y del mal. La vida es un error y el mundo deberá pagar el precio. "Todo está permitido". Rituales, cantos y rezos. Máscaras y danzas. Cualquier mantra que invoque el espíritu arrollador, el impulso de Vida y Muerte que desgarra el Universo. La risa y la mofa. El baile y la música, sanadora de los hombres y los siglos.
Justificación estética de la existencia, canta hasta enloquecer, hasta que algo tenga sentido y podamos volver a creer. Aunque sea en nosotros mismos. Arranca de nuestras bocas la amargura del desencanto, lava nuestras lenguas que han olvidado el sabor de la ilusión.
Apenas hombres, apenas bestias. Siempre extraños, siempre ajenos, buscamos redención desde las ruinas del rencor...
Herman Hesse, lobo estepario...
En algún momento fue suficiente. La presencia de Dios, que lo colmaba y desbordaba todo, era el horizonte y el destino. Garantía de sentido. Trabajar y sobrevivir para vivir en su gracia, arropados por la seguridad de un propósito, del Gran Fin hacia lo que todo tiende. Todo el dolor y todo el sufrimiento están justificados, la amargura y las penas serán recompensadas. El más allá legitima la tragedia presente y la dignifica. Hay que merecer la entrada, saber abrir las puertas. Y esto era el mundo: Conseguir llaves. Al paraíso, a la felicidad y redención eternas.
En algún momento fue suficiente. Porque creíamos, pero ya no. Las manos se han manchado con demasiada sangre, la boca ha gritado demasiado odio. Los ojos, hundidos de tristeza, han visto las entrañas desgarradas por el mal, por la crueldad de la vileza y su eterna mueca que aniquila la inocencia. Demasiadas lágrimas, demasiados crímenes. Demasiadas rodillas quebradas implorando clemencia frente a la desolación. Demasiado tiempo, demasiada hambre y demasiada sed.
Y sólo ha habido una respuesta, sólo una a la oración perenne de los hijos: Silencio, el frío silencio. El rostro apunta al Cielo y pregunta: "¿Estás ahí?". De nuevo silencio, mortal y absoluto. Y con él nació la duda, y de ella la grieta que derrumbó el techo celeste. Ya no hay arriba y no hay abajo. Se ha marchitado la fe y se sospecha la muerte de Dios. Un rumor ha bastado, todo se ha quebrado.
Ahora bordeamos el vacío, y al volvernos nuestras huellas flotan tambaleantes sobre el abismo que insiste en decir: "Siempre estuve aquí, todo era mentira". Aparecen la naúsea y la amenaza del vértigo, que recuerdan que siempre es posible caer. Ahora debemos hacer equilibrio frente a la presencia del absurdo, repeler su fuerza de atracción que es la gravedad de la nada e inventarnos una nueva ilusión. Pero algunos no quieren, los caídos han de rebelarse. Contra la vida, contra nosotros, contra TODO. Y lo grita desgarrado Iván Karamazov, conjurando el horror de nuestra patética soledad: "Nada es verdad. Todo está permitido".
Himno infame de los rebeldes, de superhombres y antihéroes que no aceptan el Mundo en los términos en que éste se les ofrece. Huérfanos, arrojados a la existencia, encarnan la inconformidad y la angustia del planeta. Y su refugio es el exceso, la inversión de todo valor y toda verdad alguna vez concebida. Habrán de gozarlo y exprimirlo hasta el éxtasis, en los límites de la cordura. Más allá del bien y del mal. La vida es un error y el mundo deberá pagar el precio. "Todo está permitido". Rituales, cantos y rezos. Máscaras y danzas. Cualquier mantra que invoque el espíritu arrollador, el impulso de Vida y Muerte que desgarra el Universo. La risa y la mofa. El baile y la música, sanadora de los hombres y los siglos.
Justificación estética de la existencia, canta hasta enloquecer, hasta que algo tenga sentido y podamos volver a creer. Aunque sea en nosotros mismos. Arranca de nuestras bocas la amargura del desencanto, lava nuestras lenguas que han olvidado el sabor de la ilusión.
Apenas hombres, apenas bestias. Siempre extraños, siempre ajenos, buscamos redención desde las ruinas del rencor...
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