Vonnegut y Dresde: El eterno retorno de un bombardeo
Para Kurt Vonnegut el bombardeo
de Dresde siempre fue algo absolutamente incomprensible. Estuvo ahí, lo
presenció y lo sobrevivió pero no era capaz de explicarlo. Por años planeó e
intentó escribir un libro sobre la experiencia pero no lo conseguía. Cuando lo
hizo admitió con ironía que lo que escribió no lo satisfizo. No fue producto de
una deficiencia como escritor, la realidad es que la magnitud del horror y el
sufrimiento rebasan el significado de las palabras. La violencia y la tragedia
absolutas son fenómenos que trascienden el lenguaje. Pueden ser relatados y ofrecer referencias sobre los hechos, pero “eso”,
aquello que íntimamente el testigo quisiera contar, es incomunicable.
Hay mucho más en el mundo de lo
que el lenguaje puede decir, y en situaciones que llevan la resistencia humana
a sus límites esto es más evidente. No es sencillo aceptarlo. La sensación es
que no son las palabras sino una distancia insalvable lo que separa a unos
hombres de otros, la distancia del horror. Quienes han visto aquello que nadie
debería ver, aquello que, una vez conocido, nos transforma para siempre y nos
hace más extraños, siempre ajenos y exiliados de un modo particular. Vonnegut
descubrió esta brecha y la recorrió en numerosas ocasiones. Por eso el héroe de
“Matadrero Cinco″, aunque está lejos de ser tal cosa, es Billy Pilgrim.
Billy viaja constantemente a
través del tiempo. No sabe cómo ni por qué. Simplemente es transportado
espacio-temporalmente hacia distintos momentos del pasado y el futuro. No
comprende el proceso que hace esto posible, pero en sus viajes ha sido
contactado por una raza alienígena muy avanzada que le revela algo más
importante: el tiempo no existe, la vida no se divide en pasado, presente y
futuro. La realidad en su totalidad es una recolección de instantes que
contemplados en su conjunto y simultáneamente, despiertan en el observador
determinadas emociones. No hay por qué y no existe el libre albedrío. Para
estos seres todo lo que fue, es y será aparece frente a ellos como estrellas en
el firmamento. Las preguntas son irrelevantes porque, como le explican a Billy,
los momentos están estructurados de esa manera, del mismo modo en que un
insecto permanece suspendido por millones de años en una gota de ámbar. Quizás
se trate de una especie de determinismo universal que opera a través del azar o
de los designios de un creador que juega con nosotros, son meras especulaciones.
Estos seres no tienen la respuesta y a Billy tampoco parece importarle
demasiado, intuye que tal vez no sea lo más importante. Simplemente toma la
realidad y los hechos como le son presentados y acepta su lugar como una
partícula insignificante en un Universo vasto y misterioso que no le ofrece
muchas respuestas, al menos por ahora.
Vonnegut, como nosotros, es
incapaz de comprender el mundo. Específicamente la violencia, la crueldad y la
desolación de la guerra, y el absurdo como tema recurrente en la condición
humana. Mucho de lo que hacemos no tiene ningún sentido, pero insistimos en
preguntar por qué, cuestionamos el valor y el propósito del mal. ¿De dónde
venimos? ¿Hacia dónde vamos? Pero sobre todo, ¿por qué hay algo en vez de nada?
Vonnegut se aferra a lo que tenemos y nos dice: aquí están estos momentos, tal
vez tengamos que vivirlos eternamente porque nada muere realmente, solo nos parece
que es así. Todo este dolor es, de algún modo, solo una ilusión. Vive para que
no te importe volver a repetirlos y que los instantes de felicidad justifiquen
una existencia abrumadora y misteriosa que a veces resulta absurda, injusta y arbitraria,
pero que también es capaz de engendrar lo bello y lo sublime.
Además, es nuestra, irremediablemente nuestra.
Además, es nuestra, irremediablemente nuestra.
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