"Las correcciones" - Jonathan Franzen
"A la especie humana le fue otorgado el dominio de la tierra y aprovechó la oportunidad para
exterminar otras especies y calentar la atmósfera y, en general, arruinar las cosas a su imagen y semejanza, pero también pagaba su precio por tales
privilegios: que el cuerpo animal finito y concreto de esta especie contuviera un
cerebro capaz de concebir lo infinito, y deseando ser infinito él mismo."
La lectura de "Las correcciones" generó en mí ideas que superan los límites de espacio y la intención de estas notas. Por ejemplo, la idea de la apariencia de las diferencias, de que detrás de las distintas generaciones, sistemas políticos y económicos, ideologías, valores, costumbres y culturas, hay hombres y mujeres que cometen más o menos los mismos errores, con las particularidades que las circunstancias personales de cada uno le otorgan a sus deseos, miedos y pasiones, pero sobre todo a su egoísmo. Un egoísmo que busca el poder como riqueza, el poder como amor, el poder como reconocimiento, el poder como felicidad, el poder como eternidad.
La cultura estadounidense, y junto a ella el proyecto de civilización occidental, es representada y examinada a través de algunos de sus estereotipos clásicos: la esposa y madre abnegada que se sacrifica por la felicidad de su familia, el padre severo y hombre trabajador de reputación intachable, el hijo mayor exitoso con un cargo importante en una gran empresa y una familia aparentemente perfecta, el hijo intelectual posmoderno e incomprendido que se siente atrapado en el sistema, y la hija menor símbolo de la mujer independiente que prioriza su realización profesional sobre el sueño impuesto del matrimonio y la maternidad.
La interacción de estos personajes en cada uno de sus roles dejan al descubierto las profundas diferencias entre las expectativas de los padres y los hijos, producto de un mundo que ha cambiado demasiado rápido y nos desborda con su complejidad abrumadora. Los padres añoran las costumbres y el estilo de vida que han sido arrasados por la modernidad, sobre la que hora proyectan un futuro melancólico imposible, hecho con ilusiones que sus hijos no son capaces de satisfacer. En gran medida porque ellos precisamente buscan la libertad y el reconocimiento que les permita romper con esa tradición y con los destinos impuestos por unos padres que insisten en arrastrarlos a un mundo que ya no existe.
"Últimamente se pasaba el día dándole emparedados de queso a la plancha,
reservando para la cena las verduras amarillas y frondosas imprescindibles en una
dieta equilibrada, haciendo así que fuera Alfred quien librara sus batallas por ella.
Había algo casi delicioso y casi sexy en permitir que el chico, tan molesto,
fuera castigado por su marido; en quedarse a un lado, intachable, mientras el chico
sufría las consecuencias de haberle hecho daño a ella.
Lo que descubres sobre ti mismo cuando se cría a los hijos no es
siempre agradable o atractivo."
Sin embargo, en el núcleo de la historia, más allá del conflicto fundamental entre los valores que dan sentido a las distintas versiones del mundo que sostiene cada uno de los personajes, se encuentra una crisis total de comunicación.
Enid y Alfred han perdido su conexión como pareja. Los puentes que los comunican a ellos y a sus hijos son estructuras precarias y deterioradas al borde del colapso, minadas de secretos, traiciones, miedos y viejos rencores. Ninguno se siente capaz de abrirse frente al otro, de expresar lo que siente y compartir lo verdaderamente importante, lo que angustia y duele. No por falta de necesidad o voluntad, sino porque ya no pueden reconocerse en el otro; en el hermano injusto, en la hija distante, en el padre egoísta, en la madre manipuladora. No encuentran posibilidad de apoyo y comprensión, sino el juicio y la crítica que alimentan el miedo al fracaso, el miedo a haber fallado como padres, a no haberte convertido en aquello que como hijo se esperaba de ti.
"Le pareció a Gary otra señal de alerta sobre la depresión que su pensamiento fuera: El gabinete de los licores está en la cocina."
Con los años las relaciones no son definidas por lo que se dice, sino por aquello que hemos callado. Por los silencios, las miradas y los suspiros que esconden decepciones, reproches y desilusiones. Promesas incumplidas, errores y sueños no realizados, pero sobre todo culpa. La culpa que recuerda que queda menos tiempo, y el arrepentimiento de haberlo desperdiciado en pequeñeces que ya no pueden repararse.
La distancia que separa a los Lambert como familia es la que existe entre las expectativas y la realidad que construyeron. Toda esa insatisfacción es proyectada y descargada en un mundo que es tan disfuncional como ellos, porque también contiene las miserias, frustraciones, temores y deseos de nosotros. La sospecha, que tal vez sea la mayor revelación de la novela de Franzen, de que el mundo es el reflejo de la gente que vive en él. Que hay demasiada violencia, banalidad, corrupción y sufrimiento porque somos egoístas, caprichosos y adictos al entretenimiento.
"Ay, la misantropía y la amargura. A Gary le habría encantado
disfrutar siendo un hombre rico y acomodado, pero el país no se lo estaba
poniendo nada fácil. A su alrededor, millones de norteamericanos con los millones
recién acuñados se embarcaban en idéntica búsqueda de lo extraordinario:
comprar la perfecta casa victoriana, bajar esquiando por una ladera virgen, tener
trato personal con el chef, localizar una playa sin huellas de pisadas. Mientras, otras
varias decenas de millones de jóvenes norteamericanos carecían de dinero, pero
andaban en persecución de lo Perfectamente Cool. Y la triste verdad era que no todo el
mundo podía ser extraordinario, ni todo el mundo podía ser cool. Porque,
entonces, ¿dónde queda lo normal y corriente? ¿Quién desempeñará la
desagradecida tarea de ser una persona relativamente anticuada?"
Vivimos atormentados por demonios propios e históricos por los que luego señalamos al sistema, al estado, a la burocracia, a los líderes, a los políticos y a los famosos, como si detrás de sus fachadas no hubiesen personas iguales a nosotros, como si siempre fueran los mismos, una especie élite diseñada para someternos y controlar nuestros destinos. Pero la victimización es muy cómoda, es una respuesta demasiado simple, sabemos que no puede ser cierta.
Al aceptarlo, enfrentamos la incertidumbre que se nos presenta como pregunta: ¿Es posible corregir el mundo o ya es demasiado tarde?
En "Las correcciones", Franzen pareciera apuntar al amor, la compasión y el reconocimiento del otro como una posibilidad, tal vez la única que tengamos, para cambiar. Aunque incurre en algunos excesos y en ocasiones divaga y se siente más larga de lo que realmente es, la novela logra convertirse en una confesión, en un espejo de la vida que nos invita a devolverle la mirada al reflejo, conscientes de lo que somos y de nuestras circunstancias.
"—¿A qué le llamas chorrada? —dijo Chip.
—Al curso entero —dijo ella—. Es una nueva chorrada cada semana. Es un
crítico tras otro rasgándose las vestiduras por el estado de la crítica. Ninguno
explica exactamente dónde está el problema, pero todos saben sin duda alguna que
lo hay. Todos saben que «corporativo» es una palabra sucia. Y si alguien se
lo pasa bien o gana dinero, ¡qué asco, qué horror!
Y es andar a vueltas constantemente con la muerte de tal cosa o tal otra. Y
quienes se creen libres no son «verdaderamente» libres. Y quienes se creen felices
no son «verdaderamente» felices.
Y ya no es posible ejercer una crítica radical de la sociedad, aunque nadie
alcance a explicar con precisión qué es lo que tiene de malo la sociedad para que le
resulte indispensable esa crítica radical. Es tan típico y tan perfecto que odies los
anuncios —añadió, mientras el timbre, por fin, resonaba en todo Wroth Hall—.
Aquí, las cosas están mejorando día a día para las mujeres, para las personas de
color, para los gays y las lesbianas. Todo se integra cada vez mejor, todo se abre
cada vez más. Y a ti todo lo que se te ocurre es salir con un estúpido e
inconsistente problema de significantes y significados. O sea, que el único modo
que tienes de denigrar un anuncio muy positivo para las mujeres, porque
tienes que denigrarlo, porque tiene que haber algo malo en todo, consiste en afirmar
que es malo ser rico y que es malísimo trabajar para una corporación, y sí, ya
sé que ha sonado el timbre."
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