Sugarshit


 

Una vez leí una encuesta en la que había que elegir entre vivir sin sexo o sin música. Ochenta por ciento respondió que prefería vivir sin sexo. Todo es música. Podría acostumbrarme al celibato pero no al silencio, me imagino un mundo sin Marilyn Monroe pero no sin Elvis ¿Qué clase de lugar sería ese? Creo que tenía 8 o 9 años cuando escuché una canción por primera vez (con conciencia al menos) y pensé que nada me había hecho sentir así, como si antes de oír música hubiera estado medio muerto. Y así es como entiendo este asunto, la música es vida y todos estamos medio muertos. Y Dylan, Hendrix y Lennon y Mccarthy y Reed y todos los grandes nos elevan un poco para poder vivir a ratos.

A los 14 años intenté hacer música, me encerré en mi cuarto por semanas y lo único que hice fue componer y escribir. Todo era una mierda. La música que escuchaba era mágica, épica y grandiosa pero lo que yo hacía era una absoluta desgracia. Entonces una breve epifanía reveló mi trágico y patético destino: Saber lo que es bueno pero no poder crearlo jamás, nunca.

Comencé a hacerme artista a través de mis canciones favoritas, grababa casetes y se los regalaba a mis amigos en el colegio. A casi todos les gustaban y me hice famoso, tampoco demasiado, por mis cintas y mi buen gusto. En mi época dorada incluso conseguí venderlas o cambiarlas por cigarros, todos las querían. De vez en cuando las muchachas se acercaban a preguntarme por bandas y canciones, pero nunca pasaba nada más porque era feo. Todavía lo soy pero creo que un poco menos, la madurez otorga un atractivo especial cuando se ha vivido bien. En fin, ya sin saberlo era un crítico. Mi misión era regalarles a los mortales lo bueno y alejarlos de lo feo, como yo. Más tarde empecé a incluir pequeñas notas que entregaba con los casetes en las que hablaba de las bandas, de sus historias, sus vidas y el significado de algunas letras. Gran parte de lo que escribía lo inventaba porque en aquel entonces no sabía nada de inglés, salvo tres o cuatro palabras y no podía entender las letras. Pero escribía lo que sentía y me creían porque parecía verdad, mi sinceridad creaba la ilusión de estar relacionado con lo que escuchaban.

Ya entonces era igual de pasional, mitificaba lo que amaba y destruía lo que odiaba con el mismo fervor. De un modo bizarro me encantaba conseguir alguna banda que detestara con las entrañas para contarle a todo el mundo lo mala que era. Me pasaba lo mismo con la gente. Comencé a obsesionarme con los rockstars, con sus vidas y sus personalidades, sólo me interesaba la gente que pudiera idolatrar u odiar. Pasiones viscerales y emociones intensas, me aburría la gente normal, nunca les hice caso. Eso no ha cambiado. Me interesan las cumbres y los picos, la intensidad, las estrellas incandescentes, el fuego que consume, el vértigo psicodélico, el drama, la destrucción y la muerte. La tragedia de la fama, que es una exageración obscena y grotesca, pero mucho más divertida, de la tragedia de la vida. Esa mi adicción. Sólo el que ha estado ahí puede entender qué carajo significa eso. El amargo dulce del alcohol mezclado con el humo y la sangre en la boca, entre el roce de las lenguas y los cuerpos, invocando el fin del mundo y la eternidad de la noche perdidos en el sonido y en la grandeza del ruido. El sex, drugs & rock n’ roll que todos repiten pero no conocen. Tres de las palabras más abusadas, criticadas, desgastadas, incomprendidas y amadas en la historia de la humanidad.

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