El engaño



He querido hacerlo y lo he intentado, pero hoy no puedo escribir. La lluvia, las preocupaciones, el tiempo, el exceso de información, la pereza, la hora, y otro montón de etcéteras. Me lo he tomado con calma, no me he presionado, he procastrinado toda la noche hasta límites imposibles y finalmente he decidido aceptarlo: hoy no voy a escribir. Quería escribir una historia que se me ocurrió leyendo la reseña de una novela llamada “Providence”, de un autor del cual he olvidado el nombre, pero que según recuerdo es español. En la reseña el crítico terminaba el artículo con una cita de H.P Lovecraft que desencadenó toda la idea. La cita en cuestión era la siguiente:

“No hay en el mundo fortuna mayor, creo, que la incapacidad de la mente humana para relacionar entre sí todo lo que hay en ella. Vivimos en una isla de plácida ignorancia, rodeados por los negros mares de lo infinito, y no es nuestro destino emprender largos viajes. Las ciencias, que siguen sus caminos propios, no han causado mucho daño hasta ahora; pero algún día la unión de esos disociados conocimientos nos abrirá a la realidad, y a la endeble posición que en ella ocupamos, perspectivas tan terribles que enloqueceremos ante la revelación, o huiremos de esa funesta luz, refugiándonos en la seguridad y la paz de una nueva edad de las tinieblas.”

“…y no es nuestro destino emprender largos viajes.” No es esto para lo que hemos sido hechos, hemos ido demasiado lejos. Al leerla, pensé inmediatamente en la idea ilustrada del progreso, esa noción que establece una relación directa entre el saber y el dominio progresivo de la naturaleza, del mundo y de la realidad. Bajo esta idea se esconde la certeza de que, mientras más sepamos, más cerca estaremos de La Verdad, de la revelación final y absoluta que explica el cómo, el cuándo, y el por qué del Universo y todo lo que existe. Al reflexionar sobre estos temas, la cita, por alguna razón que era incapaz de explicar, me hizo imaginar un escenario completamente distinto. Un mundo en el que la ciencia y el conocimiento condujeran a la confusión y a la pérdida de las categorías básicas sobre las que creemos se sostiene la realidad: El tiempo y el espacio. Un universo en el que el saber no responde preguntas y la ciencia no resuelve misterios, sino que los va haciendo progresivamente más oscuros y complejos. Cada vez entenderíamos menos el mundo en el que vivimos y cada vez nos resultaría más extraña la realidad, pero nuestro ímpetu sería tan grande que no podríamos detenernos, y seguiríamos buscando respuestas aún cuando comprobáramos dolorosamente que es imposible obtenerlas. No hay centro, no hay arriba y no hay abajo, se ha extinguido la fe y ya nadie cree en nada ni nadie, la duda es la ley y la incertidumbre es la constante; el reino del caos y la más confusa oscuridad. Todo lo que habíamos anticipado resultó ser falso, lo que hemos esperado nunca llegará.

Al final de la historia, el protagonista duda de la percepción de sus sentidos, de lo que ve, lo que escucha y en consecuencia de lo que piensa. Desconfiado, cuestiona la autenticidad del momento y casi por instinto se repite a sí mismo que el mundo es el mal recuerdo de algún sueño, uno que tal vez no sea suyo, sino de alguien más. Pero entonces recuerda que ya conocía estas ideas, en algún lugar las había escuchado antes, y por lo tanto tampoco pueden ser ciertas. Decide que es imposible saber cualquier cosa y resuelve permanecer en silencio eternamente para negar su absurda e improbable existencia. Cierra los ojos, y descansa en la nada liberado de toda verdad.

Puedo verla, la construyo y luego se deshace en mi cabeza, se me pierde y aunque la tengo ya no puedo escribirla. Si no la olvido, tal vez la termine algún día, pero mientras tanto me engaño a mi mismo escribiendo sobre que no puedo escribir.

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