La Soledad Compartida

 

La soledad y la depresión, que muchas veces son lo mismo, son males que definen nuestros tiempos. Vivimos a un ritmo vertiginoso, saturados de información, intentando sobrevivir en medio del tráfico, la rutina y el cansancio. Como individuos, poco a poco nos hemos convertido en piezas de un engranaje monstruoso del que no sabemos cómo salir, atrapados en un estilo de vida que condena todo a la banalidad y al olvido.
La tecnología nos ha deshumanizado, cada vez dependemos más de nuestros aparatos: celulares, laptops y tablets, que funcionan como extensiones de nosotros mismos. Y aunque de algún modo siempre estamos conectados, nos comunicamos menos y nos sentimos más solos. No es raro ver a un grupo de amigos o a unos padres con sus hijos comiendo en una mesa mientras cada uno envía mensajes desde sus teléfonos sin mirarse ni hablarse. Sin darnos cuenta, nuestras relaciones se han vuelto más superficiales y distantes, nos reunimos a experimentar la soledad compartida. Parte del problema es que en un mundo reducido a 140 caracteres no hay espacio para un contacto humano verdadero. Aunque nos hayamos adaptado velozmente al formato, la realidad es que la vida no está escrita en titulares. Debemos detenernos, desconectarnos de vez en cuando para reconocer que no toda la información disponible es importante, y recordar que hay un mundo rico, valioso, más allá de internet y de esta cultura de masas obsesionada con el entretenimiento. Es necesario crear espacios más íntimos, lejos del ruido, donde sea posible volver a tener una buena conversación, larga y sin tiempos, en la que se redescubre el cariño por una pareja, un amigo o una madre, o el calor de un abrazo sentido, en el que reviven los lazos de hermandad y los afectos, una tarde de domingo en el parque o una comida en familia, sin apuros, disfrutando juntos, conociéndonos.

La necesidad de comunión es nuestro instinto más humano, porque ¿qué es el lenguaje sino un intento de encontrarnos, de alcanzar a los otros y reconocernos mutuamente? Las expresiones más elevadas de la humanidad como la compasión, la música y el arte, también son experiencias compartidas. El anonimato y la excesiva individualidad de nuestras sociedades modernas no son parte de nuestra naturaleza. En muchos aspectos la tecnología ha eliminado las distancias, ciertamente es un poderoso instrumento, pero cuando nos sometemos a ella nos convertimos en meros objetos. Nuestros tiempos, caóticos y complicados, nos exigen asumir la responsabilidad de saber utilizar los recursos disponibles para llevar vidas mejores, más libres, más humanas. No tiene que ser complicado. Es cuestión de bajar la velocidad, regalarnos un momento y acercarnos recordando que la felicidad es una sucesión de instantes bien vividos.

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