La Banalidad del Mal y El Mal de la Banalidad (Parte I)
En casi todos los idiomas se utilizan palabras como "animal", "bestia", "inhumano" o algún término parecido para referirse a personas o acciones que rechazamos, desaprobamos y consideramos malas. Pareciera que la idea de fondo es que de algún modo el mal es ajeno a la condición humana, o que la mala acción nos degrada a una especie de "animalidad primitiva y grotesca. Sin embargo, al reflexionar tan sólo un segundo sobre la existencia del mal en el mundo se hace evidente que el hombre es el mayor responsable, y que al menos por ahora, es el único ser (conocido) capaz de hacer el mal con conciencia, intención e incluso planificación. Hemos sido, históricamente, los agentes del mal en el mundo. Desde el asesinato cometido por Caín hasta Hirsohima y Nagasaki pasando por Auschwitz.
El mal es parte de la condición humana, consecuencia de la libertad y la intención de ejercerla; en la apertura del hombre, el mal es posible. La obra de Hitler es tan humana como la de la Madre Teresa de Calcuta. La realidad es que en circunstancias determinadas el ser humano es capaz de lo mejor y lo peor, de lo más bajo y lo más elevado. Debemos comprender y asumir la presencia del mal en la condición humana y no alejarla (distorcionarla) con palabras como "animal" o "inhumano". El mal es tan humano que parece que somos los únicos capaces de hacerlo.
A pesar de esa disposición a "deshumanizar" el mal, siempre nos ha parecido atrayente la posibilidad de ser malo. Muchos niños prefieren ser el villano en el juego, les emociona más el monstruo terrible, eligen ser el ladrón y no el policía. Los cómics, reflejo de nuestra mente colectiva, han convertido miles de veces a genios desquiciados (pero genios al fin) en artífices de incontables amenazas a la existencia de la humanidad. Hannibal Lecter, El Guasón y Darth Vader son representaciones de nuestra extraña y compleja relación con el mal. Agradecemos que no existan en realidad, pero reconocemos la atracción que ejercen sobre nosotros y la capacidad, incluso el talento, que requiere ser un malo de verdad. Como si existiera o debiera existir una relación proporcional entre maldad e inteligencia. A nadie le atrae un malo estúpido o un villano inpeto, nos parece absurdo. Detrás de una gran maldad siempre esperamos a una mente maestra exquisitamente retorcida. En el mal, la estupidez sólo tiene cabida en el lacayo, en el sirviente que se sacrifica sin consecuencia, nada más.
En representaciones culturales como ésta observamos la estructura de nuestra psicología del mal y cómo es valorado en nuestro sistema de pensamiento. Y parece que ser malo nunca ha sido cuestión de tontos.
Volveremos a esto...
El mal es parte de la condición humana, consecuencia de la libertad y la intención de ejercerla; en la apertura del hombre, el mal es posible. La obra de Hitler es tan humana como la de la Madre Teresa de Calcuta. La realidad es que en circunstancias determinadas el ser humano es capaz de lo mejor y lo peor, de lo más bajo y lo más elevado. Debemos comprender y asumir la presencia del mal en la condición humana y no alejarla (distorcionarla) con palabras como "animal" o "inhumano". El mal es tan humano que parece que somos los únicos capaces de hacerlo.
A pesar de esa disposición a "deshumanizar" el mal, siempre nos ha parecido atrayente la posibilidad de ser malo. Muchos niños prefieren ser el villano en el juego, les emociona más el monstruo terrible, eligen ser el ladrón y no el policía. Los cómics, reflejo de nuestra mente colectiva, han convertido miles de veces a genios desquiciados (pero genios al fin) en artífices de incontables amenazas a la existencia de la humanidad. Hannibal Lecter, El Guasón y Darth Vader son representaciones de nuestra extraña y compleja relación con el mal. Agradecemos que no existan en realidad, pero reconocemos la atracción que ejercen sobre nosotros y la capacidad, incluso el talento, que requiere ser un malo de verdad. Como si existiera o debiera existir una relación proporcional entre maldad e inteligencia. A nadie le atrae un malo estúpido o un villano inpeto, nos parece absurdo. Detrás de una gran maldad siempre esperamos a una mente maestra exquisitamente retorcida. En el mal, la estupidez sólo tiene cabida en el lacayo, en el sirviente que se sacrifica sin consecuencia, nada más.
En representaciones culturales como ésta observamos la estructura de nuestra psicología del mal y cómo es valorado en nuestro sistema de pensamiento. Y parece que ser malo nunca ha sido cuestión de tontos.
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Saludos.