Hannah en Jerusalem (La Banalidad del Mal parte V)



Desde su publicación, "Eichmann en Jerusalem" tuvo un gran impacto, especialmente en el mundo de la teoría política (en el que Hannah Arendt ha ejercido mayor influencia), pero nunca libre de controversia. El concepto de la banalidad del mal ha sido discutido, analizado y criticado como pocos, incluso actualmente. No es la idea entrar aquí en detalles sobre críticas especializadas pero es posible recoger su espíritu general, ya que conectan de algún modo con las reflexiones de esta serie que ya cuenta con cinco partes.

Se ha acusado a Hannah Arendt de antisemita (siendo judía) y de haber llegado a sus conclusiones (las presentadas en el libro) a través de observaciones e ideas parcializadas que distorsionan la realidad para ajustarla a sus esquemas conceptuales. No es el punto establecer aquí cuánto hay de cierto o no en estas acusaciones. La discusión que nos interesa realmente es otra. Algunos críticos han señalado que Arendt banalizó el mal, haciendo que sea posible explicarlo a través de individuos como Eichmann que, según ella, no tenía otro distintivo especial más que la capacidad de seguir órdenes y construir una lógica interna que le permitiera cumplirlas y justificarlas. Para ellos, el concepto de Arendt ha entorpecido el debate filosófico sobre la naturaleza del mal y su relación con la condición humana, rebajándolo de alguna manera, al introducir la idea de que el mal es esencialmente banal y proviene de hombres comunes y ordinarios. Así, la expresión "la banalidad del mal" se ha convertido en un comodín que se usa indiscriminadamente como si pudiera dar una respuesta final al problema del mal en el hombre. Desmitificándolo y despojándolo de su complejidad intrínseca. Todo es reductible a y puede explicarse con "la banalidad del mal", como una muletilla que estira y deforma para dar cuenta de todo. El problema ahora no sería el de la banalidad del mal, sino el del mal que ha introducido la banalidad del concepto y su uso desmedido.

Nuevamente, establecer aquí cuanto es cierto o no es irrelevante en este espacio, pero debe hacerse un comentario al respecto. Pareciera, a primera vista, un problema de absolutos. De blancos y negros donde se olvidan los grises. No se puede pretender explicar TODO el mal, cada acción, cada intención y cada momento con un concepto como el de la banalidad del mal. Parece obvio que una idea (tan brillante como pueda ser) no es capaz de dar cuenta de la inconmensurable complejidad inherente a la acción humana, y de todas las cadenas de causas y efectos involucradas en una simple decisión. Las ideas y los conceptos intentan explicar la realidad, deben ajustrse a ella, no al revés. Ya tenemos suficientes pruebas de lo que sucede cuando lo intentamos. Ni todo el mal es banal, ni todos los hombres son Eichmann. Eso debe quedar claro desde el principio. Sin embargo, hay que reconocer el valor del concepto en su alcance en lo que concierne a nuestra reflexión. Y este es el de señalar una disposición, cierta inclinación de la naturaleza humana a banalizarse, a buscar ser exonerada de la responsabilidad de sus acciones, a librarse de la complejidad de un mundo ético que exije pensamiento, análisis y decisión. 

Deja al descubierto el vacío del autómata, la idiotez de la rutina y la desidia de la inercia. El absurdo de no hacerse responsable, el sin sentido de la obediencia ciega y mediocre. Quizás ahora podamos comprender mejor a hombres como Meursault y a mujeres como Hannah Schmidt, y contemplemos el abismo en el que, aunque parece distante, siempre es posible caer. Vivir o ser vivido, probablemente esa sea la decisión más importante que alguien debe tomar...o no. Ser libres es la posibilidad del mal, es "el mal o el drama de la libertad".






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