Nietzsche y la configuración personal

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“Cada cual es el otro. Y ninguno es él mismo.”
Martin Heidegger

Cada Hombre, cada ser humano, es expresión única de la energía primera, manifestación irrepetible del impulso creador. Cada persona, como individuo, posee una identidad única que fija, que le da número, tiempo y espacio a la fuerza originaria de la vida. La vida es entonces tiempo y espacio concreto hecho existencia en el hombre. El hombre es expresión de esa vida, representación de la magna naturaleza, pero individualizada y personificada. En el hombre, por primera vez, la naturaleza abre los ojos y es conciente de sí misma . Así, lo característico y fundamental de la existencia humana es lo original, lo genuino y lo irrepetible. Lo extraordinario radica en la encarnación de lo espiritual en lo corporal, en como lo inefable e inconmensurable se hace espacio, se hace ego, se hace límite. El ser humano es la síntesis imposible entre lo finito y lo infinito, la paradoja de una eternidad prisionera del tiempo. Lo trascendental se reduce a ser uno mismo, lo natural es la propia identidad. Así, la existencia personal, la vida íntima, es la quintaesencia de la palabra “Hombre”. Es el núcleo definitorio de cohesión, es la unidad que se reconoce a sí misma y se establece como un “yo” frente a un “tú”. “Humano” es una historia personal que se escribe con los otros, pero que, a pesar de compartida, es siempre mía; sólo yo la sufro y sólo yo la padezco. En mi existencia el tiempo me consume a mí; el tiempo absoluto se particulariza para morir en mí, su intervalo soy yo.

Nietzsche entendía la vida de esta manera, como una creación y configuración personal, como superación de sí mismo a través del conocimiento con la supremacía de la identidad individual, ya que sólo con esta y en esta puede manifestarse la fuerza arrolladora de la vida. Sólo así el hombre es realmente libre y puede ser fiel a su esencia. Esta vida, esta existencia, es lo único que tenemos. Nietzsche es la afirmación de esta vida, pero de la vida originaria, la natural, la pasional; la que es instinto, la que arrolla, la del éxtasis, la del arrobamiento, la de la vuelta al origen. Nietzsche entiende la vida como un construirse y un liberarse que no tiene límites, que no tiene reglas y cuyo sentido es la superación a través de sí misma, de lo que ella es en su propia naturaleza.

Hay que luchar, hay que destruir todo lo que reprima, hay que denunciar todo lo que condicione y contenga al ser humano, todo lo que refrene la pasión arrolladora de la vida, todo lo que limite la creación y la configuración personal; no importa si es tradición, si es religión o si es cultura. Todo por la vida, todo para la vida y todo en la vida: El gran “Si” frente el “no”. En Nietzsche la guerra es brutal, tiene toda la violencia impulsiva y toda la voluntad demoledora de la fuerza primaria que en algunos instantes especiales logró canalizar. Su ataque contra todo lo que el considera adversario y limitante puede parecer bárbaro, implacable y despiadado. Su amor por la vida y afirmarla es proporcional a su odio y determinación por aniquilar todo lo que atente contra ella. Más allá del genio, más allá de la locura, más allá del lenguaje, más allá de la contradicción, más allá del sufrimiento y sobre todo, más allá del bien y del mal, hay que entender a Nietzsche. Comprenderlo como un espíritu apasionado y sensible que amaba profundamente a la vida, y que luchó, hasta perder la cabeza, por liberar al hombre de todas sus cadenas.

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